Y fue en un aeropuerto del sur, haciendo hora mientras pasaba la
tormenta, en esos infernales galpones donde uno trata de acomodarse en
los asientos tiesos. Allí, donde se intenta pegar pestaña un rato, pero
no se puede porque hay que estar mosca por si anuncian la salida del
vuelo. Fue ahí mismo donde la vi rodeada por la manga de estudiantes que
la llevan en andas, custodiada, atendida y amada por la revolución
pendeja que ella ha desatado con su mente brillante y sus hermosos ojos
cabizbajos que les cuesta reír.
Tal vez, el verdadero merito del
desate estudiantil que ha remecido el reinado Piñerin, lo tiene la bella
Camila, la roja Camila, la dulce y aguda dirigente, a quien le apesta
que la piropeen los periodistas amarillentos que tratan de frivolizar
sus declaraciones políticas.
Pero ella, en completa serenidad,
reitera una y mil veces los postulados éticos de sus demandas
denunciando el lucro traficante en la educación. Y este discurso suena
tan creíble, porque ella se la cree, la reflexiona, la piensa y la
afirma a toda verdad con su carita de muñeca universitaria. Camila es
creíble y todos los chicos le creen y la multitud respalda su discurso,
cuando va con ella agitando las banderas, gritando por las calles
coloridas en la marcha pendeja; la marcha carnaval que exige a todo
tarro educación gratis y de calidad para el pobre, para el volao, para
el que sufre, para el que no tiene y sabe que nunca tendrá lo que tienen
los cuicos en sus colegios con nombre ingles. Educación digna,
especialmente para quienes nunca la tuvieron, al menos para tratar de
ecualizar el desmadre cruel del mercado caníbal donde se columpia el
presidente millonario como una araña feliz. El presidente deslenguado
que, desde las naciones unidas, alaba la movilización estudiantil y por
debajo soporta que su alcalde gestapo de Providencia desaloje a punta de
metraca los liceos tomados. El mismo siniestro torturador alcalde, que
trato a Camila de peligrosa por tener una belleza satánica.
Pero a
Camila no le entran balas, nadie logra sacarla de su segura claridad. A
su manera, por cierto, a su forma, educada en la jota, muy firme.
Quizás demasiado grave siendo tan joven, tal vez le falta un poco de
humor, porque el humor bien usado también es oxigeno político.
Mucho
que decir de la valkiria roja, de la estrella jota que resplandece
justiciera en su sencillez de niña comunista. Y es como si ella misma se
afeara, es como si no quisiera que la mire embelezada la multitud que
corea su nombre. Por eso trata de pasar piola y baja la vista ante el
acoso de las cámaras para evitar el close up a su perfil de Venus jotosa
Eso
pensaba en aquella tarde de lluvia viéndola de lejos como evitaba mirar
para que no la miraran. Tampoco estaba cohibida ni pudorosa. Más bien
frontal y desenvuelta tratando de mimetizarse entre los estudiantes que
igual que yo esperábamos que pasara la tormenta.
Quizás a Camila
le ha tocado muy duro por ser mujer, joven, inteligente y además
hermosa. Tal vez, ha recibido consejos de no ser tan protagónica. Es mal
visto en la izquierda que una mujer sea tan visible y personalista. (¿Y
porque no?). Que ella debe dar un paso al lado y permitir que también
sus compañeros opinen y ocupen la pantalla. Y ellos lo hacen bien, son
precisos y muy claros en sus discursos, pero no tienen la luminosidad de
Camila que hizo brotar la revuelta estudiantil con su impertinente
primavera.
En el aeropuerto, la voz de metal de la azafata me
despierta de mis cavilaciones, la pista esta despejada. De lejos veo a
Camila llevada por la multitud hacia la puerta de embarque, por las
ventanas un rayo de sol amaranto arde en su pelo. Por fin ha dejado de
llover.