Plebiscito por la educación y crisis de legitimidad.



Por Hernán González M., Dirigente Colegio de Profesores de Chile







La magnitud de la movilización de los días 7 y 8 de octubre, días de la consulta, puso de relieve que los chilenos creen en que es posible otro tipo de educación y en la necesidad de proyectar un sistema de educación pública gratuita administrado por el Estado sin intermediarios que se enriquecen a expensas del erario público".


   Recientemente, el Colegio de Profesores de Chile por mandato de su Asamblea Nacional, realizó un plebiscito nacional para consultar a la ciudadanía acerca de las soluciones para la crisis del sistema educacional chileno y que está en el origen del grave conflicto por el que atraviesa desde hace varios meses. Con este propósito, la mesa que agrupa a varias organizaciones sindicales,  gremiales y ciudadanas, demostró una capacidad de convocatoria y organización  que sorprendió al mundo político, a los medios de comunicación, al gobierno y que ha traspasado nuestras fronteras, comentándose en numerosos medios del extranjero.

   Llama la atención, sin embargo, la frialdad con que la noticia es cubierta por medios locales o que en la conferencia de prensa en que los organizadores se refirieron a sus resultados parciales, los periodistas locales centraran sus preguntas en denuncias puntuales sobre la fiabilidad de sus resultados. ¿Cuál es el tema que se debate? ¿Cuál la noticia? ¿Qué más de un millón de personas se pronunciaran contra el lucro, la municipalización, a favor de la gratuidad de la educación y por el plebiscito vinculante? ¿O que votaran un grupo de ciudadanos españoles en la Plaza de Armas de Santiago?

   El ministro Chadwick, el senador Pérez de la UDI, todo el espectro político conservador de nuestra sociedad se han encargado de insistir en la improcedencia e ilegitimidad de la consulta ciudadana, pasando por alto el hecho inédito de que las propias organizaciones sociales y un amplio segmento de ciudadanos de diferentes filiaciones políticas, hicieran lo que el Estado de Chile, representado por el Gobierno y el Parlamento se niegan siquiera a considerar. Mientras el Gobierno, según las encuestas, va en caída libre en sus niveles de respaldo, y el Parlamento es uno de los poderes del Estado peor evaluados por la ciudadanía, ministros y políticos de derecha acusan a la iniciativa de las organizaciones sociales de ser poco representativa o en el mejor de los casos, de ser poco seria. Es el mundo al revés.

   Su preocupación es que la ciudadanía, una ciudadanía activa y consciente –no la ciudadanía formal y estrecha de quienes están inscritos en los registros electorales-, se pronuncia traspasando incluso los límites de la asfixiante institucionalidad política de la Constitución de Pinochet,  acerca de una cuestión esencial para el desarrollo del país. La hegemonía cultural de los liberales se empieza a trizar. De dos maneras. En primer lugar, porque el pueblo se pronuncia en sentido contrario a lo que se ha hecho persistentemente desde hace veinte años y que en todo este tiempo parecía, o a lo menos era hecho aparecer, por los liberales de diverso signo, como lo único posible.

   Los valores propios de una sociedad de mercado, la competencia como factor de progreso individual y social; el mercado como asignador de bienes y servicios; la privatización como mecanismo que promueve el emprendimiento individual y que va en beneficio, supuestamente, de la colectividad, al menos ya no son asimilados por la población como algo obvio e incuestionable. La sola realización del plebiscito, su masividad y en la medida que se van conociendo, sus resultados así lo demuestran.

   Eso en el caso de los partidos de la Concertación de Partidos por la Democracia, es objeto de un acalorado debate. La magnitud de la movilización de los días 7 y 8 de octubre, días de la consulta, puso de relieve que los chilenos creen en que es posible otro tipo de educación; en la necesidad de un sistema de educación pública gratuita administrado por el Estado sin intermediarios que se enriquecen a expensas del erario público –entre ellos los banqueros-, que usan la educación pública como herramienta de clientelismo político, que aumentan la burocracia y que es caldo de cultivo para los conflictos de interés. La ciudadanía se expresó en base a cuatro sencillas y directas preguntas a favor de una reforma estructural y no de más pequeñas regulaciones.

   En segundo lugar, la hegemonía de los liberales se hace trizas cuando los mismos sectores de derecha presuntamente liberales, defienden a troche y moche la obra de la dictadura militar y se muestran escandalizados por que un grupo de ciudadanos tome en sus manos aquello para lo que el Estado se ha mostrado incapaz –por falta de voluntad política, por oportunismo, por miopía o por lo que sea-. En este caso, para estos curiosos liberales, el Estado es sacrosanto. Es más, se oponen a que la ciudadanía se pronuncie, participe y como si no fuera poco, dicen que van a avanzar en su agenda le pese a quien le pese. Ello, buscando grandes “acuerdos nacionales” con los partidos de la concertación que tienen incluso menos respaldo que Piñera. Bueno, como dice el viejo y conocido refrán “no falta un roto para un descocido”.

   Nunca hubo liberales en la derecha ni nunca los habrá. El liberalismo es hermano putativo del autoritarismo. La privatización de las relaciones sociales desdeña la acción del Estado, reduce la sociedad civil a una sociedad de consumidores degradando lo público y convirtiendo la política en una técnica propia de especialistas, pero en ningún caso en una cuestión de los ciudadanos. La única respuesta de los liberales a la acción de las organizaciones sociales, estudiantiles y sindicales, al ejercicio soberano de una auténtica ciudadanía, es la represión de las libertades públicas, como lo demuestra la Ley antitomas anunciada con bombos y platillos por un liberal como Hinzpeter, flanqueado por varios representantes de la derecha conservadora.

   Es impresionante desde todo punto de vista, que un grupo de organizaciones sindicales, contando con el apoyo de estudiantes –entre ellos, los más entusiastas, los de la enseñanza media-, de pobladores, apoderados, alcaldes de oposición y miles de personas a lo largo de todo el país, hayan realizado este plebiscito. Resulta impresionante, por cierto, que miles de chilenos hicieran colas en las mesas que se instalaron en plazas, escuelas, consultorios, reparticiones públicas, para expresar su opinión a través del voto en la consulta.

   Pero lamentablemente es más impresionante el silencio de los medios de comunicación masivos; la tozudez del gobierno y las grotescas confusiones que campean en el campo opositor, con excepción de la izquierda. De todas maneras, es evidente que lo que empezó como un movimiento estudiantil, se ha transformado en un movimiento nacional de protesta social, que ya nada va a detener. El escenario de la disputa además, cambió. La calle seguirá siendo fundamental. La consulta directa al pueblo también; el ejercicio crítico de la ciudadanía ante la intrascendencia a la que ha arrastrado la Constitución pinochetista a nuestra institucionalidad política, como no sea para asegurar las ganancias de los empresarios o la mantención del orden público.

   El escenario ahora no se define por la demanda corporativa. La reforma estructural, sólo se va a conseguir en la medida que la formidable fuerza de la movilización que se ha expresado de muchas maneras de paso a la conformación de un potente movimiento opositor que sintetice la acción del movimiento social con la acción política de los partidos políticos opositores; las organizaciones sindicales, de derechos ciudadanos, culturales y de género con las organizaciones estudiantiles; la acción de masas con la lucha parlamentaria; la denuncia de los resultados de la receta neoliberal con la propuesta de alternativas para la construcción de una educación y una sociedad diferente.

   Sólo entonces, probablemente podremos empezar a decir adiós a la transición, a superar la actual crisis de legitimidad de nuestro sistema político y a construir una auténtica democracia.